Trascendió —porque ya es costumbre— que a pesar de los múltiples avisos meteorológicos, los reportes técnicos y hasta las imágenes por satélite que no dejaban lugar a dudas, en el gobierno de Hidalgo alguien decidió que no era necesario emitir una alerta formal para la región serrana.

Ni un “váyanse a refugios”, ni un “tengan cuidado”, ni un “guarden sus papeles en bolsas de plástico”. Nada. Solo un tímido comunicado por Facebook que equivale al silencio. Y en ese silencio, miles quedaron a su suerte.

Las lluvias llegaron como se predijo: arrasando caminos, incomunicando pueblos, reventando ríos, llevándose cosechas y vidas. Pero eso sí, una vez que las cosas ya estaban sumergidas en lodo y desesperación, los equipos de comunicación del gobierno salieron a hacer lo que mejor saben: controlar el relato.

Ensayar discursos. Colocar fotos. Distribuir culpas. Y en plena conferencia de prensa, en lugar de asumir fallas, se dedicaron a agradecer efusivamente a los dueños de los medios por “alinearse” con la narrativa oficial. Como si se tratara de un favor personal.

Hoy hay muertos, desaparecidos, hogares destruidos y más pobreza en las zonas que ya vivían con lo justo. Pero lo que no hay —ni hubo— es una mínima autocrítica. Todo indica que a inicios del próximo mes, como si nada hubiera pasado, los mismos operadores que no informaron a tiempo volverán a presumir encuestas donde la aprobación del gobierno “se mantiene firme”, como si la popularidad se pudiera rescatar con helicópteros, pero sin memoria.

El verdadero desastre no fue Priscilla. El verdadero desastre es un gobierno que ve venir la tormenta… y se esconde detrás de Facebook o de un boletín.